CUENTO DE VERANO

El tropezón
(Crónica de futuro)

Por "Vento do Norte"

Este invierno -estamos en Diciembre del 2030- está resultando el más crudo que se recuerda y la población, con unas calefacciones ineficientes y precarias, está realmente pasando mucho frío. Los sistemas que se abastecen con energía solar no son capaces de alcanzar las temperaturas necesarias y aquellos otros dependientes de la electricidad están sometidos a los consabidos cortes y restricciones. Es cierto que hay calefacciones que están recuperando el sistema del carbón, pero el requerimiento de mayor espacio y de personal adecuado está retrasando esa reconversión.

El petróleo, y con él sus derivados, ya hace meses que no existe para el gran público. Se venía diciendo desde hace varios años (“Las reservas se agotan”, “El petróleo se acaba”), pero nadie se lo tomaba en serio. Se entendía que era un argumento de los países productores para subir el precio y, efectivamente, esos precios llevaban casi 30 años subiendo sin parar. Desde el año 2000 los incrementos eran continuos y cada vez más elevados. Los países productores echaban la culpa a los intermediarios, estos acusaban a los fiscos de los gobiernos receptores y los economistas de estos gobiernos argumentaban que la ley de la oferta y la demanda estaba reflejando la incorporación en términos masivos de China y La India al mundo consumidor. Ahora se confirma que todo eso era cierto y que, además, en los últimos años había que añadir, por un lado, los costes crecientes de cualquier explotación, cada vez más difícil y más profunda, y, por otro lado, la mayor complejidad del refinado debida a la peor calidad de los últimos crudos.

En un primer momento los gobiernos trataron de quitarle importancia al asunto ("No ocurre nada grave", "Estamos estudiando soluciones", "Todo tiene arreglo", etc.), pero los ciudadanos se preguntaban "¿Qué puede pasar si no tenemos petróleo?" Ahora ya se sabe.

Para empezar, los pocos y caros productos petrolíferos que quedan están confiscados por los Estados, siempre con perspectivas bélicas. Aunque sólo sea con efectos disuasorios hoy en día las maquinarias propagandísticas de los Ministerios de Defensa alardean de sus reservas petrolíferas como antaño hacían de sus armas y arsenales. Los restos de petróleo que puedan quedar por el mundo son exclusivamente un elemento militar. La sociedad civil, acomodadiza y resignada, es incapaz de reaccionar a pesar de los grandes cambios que se están produciendo. Unos desconfían de que esto tenga arreglo, otros piensan que es un tropezón accidental en la historia de la civilización y la inmensa mayoría están sumamente ocupados en resolver sus casos particulares y sus problemas personales y familiares.

El abastecimiento de electricidad, aunque sea con carencias, aún se va solucionando. Aparte del aprovechamiento de las térmicas, la mitad sur de la península ibérica se autoabastece, fundamentalmente, con la energía solar y la mitad norte con las centrales hidráulicas y la energía eólica. (Aunque se den casos paradójicos, como el de Galicia donde, mientras la electricidad producida por los saltos es enviada en su totalidad a Madrid y a otras ciudades de la Meseta, el consumo propio es cubierto por los molinos eólicos con el consabido inconveniente de que cuando el viento no sopla no se genera energía y, como consecuencia, los cortes son más frecuentes de lo aceptable.)

Alternativa controvertida durante mucho tiempo fue la de la energía atómica. Después de muchos años de discusiones y oposiciones al sistema, al fin se consiguió que fuese aceptado y se construyeron varias centrales nucleares, pero, lamentablemente, la mayoría de ellas están todavía sin inaugurar. La causa estriba en la escasez del uranio. El valor estratégico y político que hasta ahora tenía el petróleo repentinamente se traspasó al uranio. Después de que una veintena de países con yacimientos menores hubiesen agotado sus reservas quedaron solamente las minas existentes en Australia, Canadá y Kazajstán. Australia, en este momento e inesperadamente, se encuentra dominada por una mafia de origen británico que con métodos formalmente democráticos, pero con una ideología demagógica nacionalista, consiguió convencer a la población y alzarse con el poder. El resultado de ello es que sólo vende uranio al Reino Unido, país central de sus actividades. Por su parte Canadá limita sus recursos del mineral al consumo interno y a la exportación a USA, que es realmente el único país que puede pagar los desorbitados precios que Canadá pide. El otro gran productor de uranio, la República de Kazajstán, en zona euroasiática, está predispuesta a vender, bien a Rusia, bien a los países árabes, dependiendo de la facción política que en cada momento esté en el poder, pero excluyendo, en ambos casos, al resto del mundo.

Otros países, como Francia, recurrieron a la producción masiva de cereales y de vegetales oleaginosos para usarlos como materias primas energéticas, pero ello ha causado tal escasez y encarecimiento de los alimentos en esos países que resulta verdaderamente escandaloso.

Con todo, el grueso de los problemas (especialmente en nuestro país) reside en la locomoción, transporte incluido. En la mayoría de los países el transporte de mercancías sigue haciéndose por ferrocarril, pero en España no hay tradición ni infraestructuras. Se está tratando a marchas forzadas de rehabilitar este medio de transporte, pero las propias compañías no tienen experiencia ni personal competente y las mercancías se acumulan en los almacenes con los consiguientes retrasos, pérdidas y, muchas veces, deterioros irreparables. En cuanto al transporte de viajeros hay que recordar que desde hace 3 ó 4 años fue práctica habitual la del aumento constante del transporte público en detrimento del uso individual de los coches privados. Este cambio no fue impuesto ni por leyes ni por recomendaciones ecologistas sino por los elevados precios del carburante que convertían el uso del coche propio en un auténtico lujo. Sin embargo aún se mantenían determinadas prácticas de colaboración entre los usuarios así como una buena red de autobuses que paliaban las adversas circunstancias. Pero ahora la situación ha cambiado radicalmente. Los vehículos de motor dependientes de productos derivados del petróleo, tal como los conocimos, después de 150 años de vigencia dejaron de existir.

Hay países que están investigando la obtención de gasolinas sintéticas. Existe el precedente de la industria alemana durante la Segunda Guerra Mundial (que llegó a producir hasta 600.000 toneladas al año) y el de la República de Sudáfrica, años 1960-1970, que también fue productora de carburantes sintéticos para contrarrestar el apartheid a que entonces fue sometida. Sin embargo, en la actualidad, aunque los resultados son prometedores, de momento no han resultado efectivos a gran escala. La labor en los laboratorios es meritoria; pero en la industria deja mucho que desear. Muchos procesos que se anunciaban para obtención de gasolina sintética resultaron ser simplemente una optimización de los procedimientos tradicionales del refinamiento del petróleo. Otras veces, efectivamente, se obtiene gasolina partiendo del carbón, de residuos o de caña de azúcar, pero, por un lado, los elevados costes de producción determinan unos precios prohibitivos y, por otro, los productos resultantes tienen un alto contenido en azufre causante de tremendas lluvias ácidas.

En algunos países, caso de Alemania, Suecia, Francia y Austria, se está desarrollando un nuevo motor de combustión interna por hidrógeno, válido para vehículos pequeños. La producción es muy limitada y todavía no están conseguidas unas prestaciones mínimas. Aún hay muchas limitaciones en cuanto autonomía, potencia y velocidad. Las fábricas siguen investigando y no quieren lanzarse a una producción a gran escala hasta que no puedan ofrecer un producto que asimile sus prestaciones a las que hasta ahora eran habituales. Sin embargo la demanda es fuerte y en todos esos países hay listas de espera para conseguir un vehículo de hidrógeno (o de agua, como también se le llama). De momento las producciones van destinadas al mercado interno y es de suponer que mientras éste no esté abastecido no habrá exportación ni venta de patente a otros países. En España la posibilidad de adquirir e importar uno de esos vehículos está reservada a millonarios y aún eso solo para unidades de segunda mano. En Italia y Japón se decantaron por el coche eléctrico, pero el excesivo volumen y peso de las baterías, los componentes tóxicos de éstas y el prolongado tiempo de su recarga unido a las reducidas prestaciones obtenidas hacen que el modelo no se popularice y, por ello, no se haya planteado su producción en serie.

En España, recordando tiempos pasados, se recurrió al gasógeno, artilugio añadido al vehículo capaz de generar combustible gaseoso partiendo de leña y de otros residuos de biomasa. Pero recientemente, el Gobierno, temeroso de una deforestación total, prohibió el uso del gasógeno en vehículos particulares. Solo está permitido en el transporte público de viajeros (taxis y autobuses), en determinados servicios (bomberos, policía y ambulancias) y en coches oficiales. Para el transporte público urbano muchas ciudades están recuperando el tranvía. Para el transporte particular se está volviendo a los coches de caballos, pero fue tal la demanda repentina, tanto de estos vehículos como de los equinos, que los precios de unos y otros, por el momento, son exorbitantes.

Aunque muchos negocios relacionados con el automóvil (repuestos, neumáticos, chapistas, pintores, talleres mecánicos y eléctricos, coches usados, etc.) hayan tenido que cerrar no es óbice para que algunos comerciantes y empresarios más emprendedores estén tratando de reorientar sus negocios: talleres de carrocería que se dedican a coches de caballos, antiguas gasolineras que almacenan leña, aparcamientos reconvertidos en caballerizas o comercios de repuestos que ahora venden bicicletas.

Con todo, la situación más lamentable se da en el ámbito industrial. Aquí, con ser problemas graves la ausencia de materias primas (muchas de ellas derivadas precisamente del petróleo) y las dificultades para el traslado de las existentes a las plantas que las necesitan, no son éstas las principales complicaciones a las que han de hacer frente. Lo peor de todo son las limitaciones para que el personal empleado en esas fábricas consiga acceder a sus puestos de trabajo. Se puede hacer excepción de aquellos talleres y pequeñas fábricas ubicadas en villas o en alrededores de pequeñas ciudades a los que los obreros pueden llegar andando, a caballo o en bicicleta. Pero las grandes fábricas sitas en polígonos industriales o en lugares alejados son las que más sufren la carencia de transporte. Se ha tratado de organizar viajes colectivos, con distintas rutas y líneas de autobuses, pero la complejidad de los distintos horarios, la diversidad de necesidades de las empresas, la dispersión de los lugares de procedencia y las desavenencias entre sindicatos y organizaciones empresariales hacen que las perspectivas al respecto no sean nada halagüeñas. Por lo pronto el cierre de estas empresas es continuo y amenaza con dejar vacíos todos los grandes polígonos alejados de los distintos lugares de residencia.

La realidad actual, colmada de penurias y entretejida de incomodidades, carencias, carestías y falta de trabajo, podría traducirse en descontento y rebelión. Ante este temor las autoridades reforzaron la vigilancia y las alertas. Así, por ejemplo, han destinado a todos los policías de carretera –ahora innecesarios- a patrullar, a caballo, por las ciudades. La ciudadanía, sin embargo, se ha resignado, como si de una causa mayor se tratase, y, generalmente, se mantiene al margen de aventuras insurgentes. Ello no quita que, al margen de las posturas sediciosas, hayan surgido bandas o individuos solitarios con una clara actuación delictiva, dedicados especialmente al robo y la rapiña.

La gran crisis industrial combinada con las enormes dificultades para el transporte de mercancías están generando un inaudito desabastecimiento de los mercados con unas carencias que, indudablemente existieron en épocas pasadas, pero que los ciudadanos actuales nunca vivieron y ninguno recuerda. Se da además la circunstancia de que el mercado, ese ente abstracto y, hasta ahora, único y, más o menos, homogéneo, se está fraccionando en múltiples mercados locales. Cada localidad tiene sus productos y sus carencias, sus precios propios y sus carestías específicas. Si alguien tiene la oportunidad y los medios para viajar de una a otra ciudad siempre podrá sorprender a sus familiares y convecinos enseñándoles artículos que hasta hace poco eran de lo más corriente y prosaico. En un sitio impresionará con un paquete de arroz; en el otro con un simple bolígrafo.

Ante todo esto mucha gente se está trasladando a vivir al campo. Se rehabilitan casas antiguas y se recuperan tierras abandonadas. Se cambia de forma de vida (aunque sea con intención de provisionalidad) y se practican labores que muchas veces sólo se conocían de oídas. Las caballerías están adquiriendo un protagonismo que hace un par de años no tenían y son muchas las familias que se dedican a criarlas, primero para su uso y después para su comercialización. Los tractores y furgonetas son substituidos por los bueyes y hay propietarios de estos que se dedican a alquilarlos a terceros. La contrapartida está en las ciudades que se están volviendo fantasmales con miles de pisos en venta que nadie desea comprar y con cientos de actividades de ocio (cines, discotecas, competiciones deportivas, conciertos, festivales) que acaban en fracaso por lo dificultoso que resulta que el público pueda trasladarse hasta ellas. Y cuanto más grande es la ciudad más incómoda, penosa, molesta e incongruente resulta.

Los políticos y los expertos tratan de transmitir confianza a la población y arguyen que lo que sucede no es más que un tropezón en el camino del progreso y que éste recuperará el equilibrio en cuanto sean operativas esas otras energías de momento experimentales. Mientras tanto la población espera y se organiza en las pequeñas comunidades de las aldeas donde, por cierto, se están descubriendo valores de convivencia y de humanidad hasta ahora desconocidos (u olvidados) por el gran público. Se está fraguando un espíritu de solidaridad, de ayuda, de respeto y de comprensión propio de sociedades tradicionales. El trato continuo, las necesidades comunes, los temores compartidos y las experiencias igualitarias siempre fueron elementos eficaces a la hora de construir la estructura de una nueva sociedad.

Julio, 2008.

Nota de Decembro.- Teño que advertir, despois dalgún comentario que se me fixo, que este relato non é nin unha previsión nin unha profecía. É, simplemente, un exercicio literario.

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